lunes, 4 de enero de 2016



Hay vinos sabios y vinos jóvenes.
Hay vinos de autor, vinos de mesa y vinos de misa.
Hay vinos blancos, espumosos, rosados y tintos.
Hay vinos para pensar y los hay para sentir, para soñar y hasta para olvidar.
Hay vinos de altura y vinos chatos.
Hay vinos florales, frutales y hasta minerales.
Hay vinos en botella, en caja y hasta vinos en polvo.
Hay vinos dulces y vinos secos.
Hay vinos para compartir y vinos para guardar.
Hay vinos que no se compran y vinos que no se venden.
Hay vinos sedosos y los hay terrosos.
Hay vinos del Oeste y del Sur, del Norte y del Este.
Hay vinos pensados, prensados y hasta pisados a pata.
Hay vinos salvajes y hay vinos romance.
Hay vinos maduros y los hay plenos.
Hay vinos estrella y vinos que se asemejan al cielo.
Hay vinos con madera y los hay con espíritu.
Hay vinos bonitos, vinos baratos, vinos que explotan y vinos que se diluyen.
Hay vinos con cuerpo y otros con alas.
Hay vinos excelentes y los hay excedentes.
Hay vinos orgánicos, organizados y organolépticamente delicados.
Hay vinos para tomar en cristal, rodeados de silencio y vinos donde no importa en qué sino con quién.
Hay vinos comunes, vinos finos, y ningún vino igual a otro.
Hay vinos de vendimias soñadas y vinos de vendimias que quitan el sueño.
Hay vinos con historia y ninguno con histeria.
Hay vinos de postre y vinos para la postre.

Pero lo único que verdaderamente importa es que haya vino.


sábado, 19 de diciembre de 2015

Te vi, no juntabas margaritas de ningún mantel, pero tu cuello se dejaba seducir por una luz tenue y cálida que se desprendía del techo, impactando justo en esa curva sensual, con un destello. Erguida, impasible, como si nada pudiera siquiera afectarte. Me acerqué, con sigilo pero sin lentitud a observarte más de cerca, lo que a la distancia respiraba majestuosidad, a pocos centímetros se asemejaba a la gloria.

Te vi, nuevamente, más de cerca. Pude saber tu nombre, tu nombre sabe a vida, a tierra húmeda, a cielos azules. Estás vestida para la ocasión, aunque esa ocasión puede ser cada instante mágico de la vida. Pude leerte, escudriñarte, pude imaginarte conmigo en la cena. Pude vernos a la luz de la luna, hasta te imaginé acompañándome en esas interminables tardes con amigos.

Sos misterio, y eso te hace mucho más atractiva. Y puedo decirte, a ciencia cierta, que no sos igual a ninguna otra, sé que puedo descubrir con vos al lado los aromas del paraíso, los sabores del pasado y las visiones del futuro. Sé que puedo beberte hasta la última gota sin sentir ni la más remota culpa, porque, y como debe ser, lo más importante es lo de adentro.

Por eso, y sin más preámbulos, me compro esta llamativa, fascinante y seductora botella de vino.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Cortás la cápsula. 7 vueltas, primer tiempo. Una vuelta más, segundo tiempo.

Sonido a gloria y una invasión de aromas que se apresuran a escapar por el delgado cuello, ansiosas de empaparse de oxígeno y volar, desplegarse.
Y así comienza el viaje.
Cada vino es único e irrepetible, dicen, y es cierto. Cada vino es un pasaje de ida a los recuerdos vívidos de los que estamos hechos. Cada vino es único, y es eterno en una memoria que asocia para salir a flote.
Un vino puede llevarte en un segundo a la cocina de la abuela cuando preparaba mermeladas, con unos tangos de fondo y un mate inacabable que pasaba de mamo en mano y de boca en boca como las palabras. El olor de la fruta azucarada inunda cada papila gustativa, y una y otra vez volvemos a vernos envueltos en ese delantal ajado y acariciados por unas manos tan únicas como el vino.
Cuántas veces, al llevarnos solemnemente la copa a la nariz, hemos experimentado esa sensación intangible de la niñez y nos vemos envueltos en campos floridos a la altura de la mano, cuántas veces hemos tocado con la memoria esos jarrones antiquísimos plagados de flores frescas, recién cortadas, que adornaban las mesas en cada fiesta celebrada.
Incontables veces he caminado sobre pasto recién cortado con sólo descorchar una botella, cuántas veces me he dejado seducir con la sutil vainilla que me recuerda, otra vez, la cocina de la abuela. Y la madera, expresión incomparable del tinto sabio que me transporta a las robustas cabañas, aquellas que albergaron la felicidad hecha vacaciones. Cuántos inviernos se han hecho presentes en mi nariz, traídos por el casi imperceptible aroma a chocolate. Innumerables desayunos evocados con el olor a pan tostado.
Sí, cada vino es único, cada vino nos lleva al encuentro con uno mismo, con lo que somos, con lo que fuimos.
Dame una botella y una copa y dejame deshacerme en recuerdos, viajar al pasado y volver al lugar de donde jamás me fui.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

De donde vengo, el vino es símbolo, es familia, es historia, es vínculo con la tierra. Es ancestro, es lo que acompaña, sin dudar, a cualquier comida, es el vino quien mejor pinta los labios de toda mujer, es el decorado obligado de cada mantel blanco y la tintura que lloran todas las copas.
De donde vengo, las bodegas son señoras y las parras, anudadas, el dibujo que se repite cortando cada montaña. El vino es reunión, es aperitivo y postre, de donde vengo, es motivo de discusión y disertación, es futuro, es arte y es pueblo.
El vino es sol, es amistad, es trabajo duro y recompensa tinta, es oración a la lluvia y también temor de ella. De donde vengo, el vino se toma con respeto y sin mayores pretensiones, sin tapujos. Lo disfruta el pobre, lo saborea el productor, lo degusta el amateur y lo desglosa el conocedor.
El vino es desvelo, es risa, es nariz y boca, es color, cuerpo, minerales y flores. El vino es madurez e infancia, destellos de color y aspereza, es origen, nudo y final.
De donde vengo la vendimia es madre, el surco vena y la tierra sueños.
De donde vengo, el pan es pan y el vino VIDA.

jueves, 16 de octubre de 2014

Si sos de los que salen a comer afuera, te recomiendo leer lo siguiente.
¿Alguna vez te has preguntado por qué se demora más de lo normal el cafecito que pedís en un restaurant? Yo te voy a contar porque.
Llegás a comer, te sentás, si es que antes no hacés una recorrida exploratoria por el lugar, siempre y cuando el entorno te motive a dar unos pasos antes del almuerzo o cena, dependiendo de la hora. Una vez que el bagre pica, llega la entrada, algo livianito para empezar, si está bueno el plato, le sacás un par de fotos y las compartís en el Face, si el plato es caliente, después de las fotos, el tiempo de espera para que se cargue en la página y ver si alguno le dio un like, ya está medio frio, le pedís al mozo que te lo caliente, esperás, el plato llega a la temperatura indicada y comés, aunque no sos el único que está en el lugar, exigís como si así fuera.
Una espera variable nuevamente, no es lo mismo si pedís una pasta (que puede demorar unos 7 minutos) a que si pedís un ojo de bife “bien, bien cocido”, que además de generarle un pequeño infarto al chef por la burrada de pedir una carne en ese punto, demora, en promedio, unos 30 minutos, pero vos querés todo ya, para algo estás pagando, ¿o no?
Si el lugar tiene medio sentido del buen servicio, tu camarero designado te cambia los cubiertos de entrada y te marca la mesa con los indicados para el principal que has pedido. Al mozo, que ha calculado tiempo, distancia, que ha recordado que plato come cada uno, lo apuran de la cocina porque tu principal está emplatado y listo para salir. Entonces tu carne “bien, bien cocida” o “jugosa pero con sangre marrón” (como si eso fuera posible) llega a tu mesa. Ya tenés el pan, la alcuza si es necesaria y como el plato está precioso, también le sacás un par de instantáneas, por supuesto querés inmortalizar el momento como si fuera el nacimiento de tu primogénito, y quién sino para tomar la foto, sino el mozo. Claro que no te puede decir que no, a pesar de que tiene 8 mesas más para atender, que le gritan desde la cocina que ya están las entradas de la 5, los principales de la 14 y los postres de la mesa que se fue al jardín para aprovechar la primavera. Te saca la foto, le pedís que espere mientras corroborás que has salido bien, uno fotito más porque justo cerraste los ojos, otra porque el nene no estaba mirando la cámara. El mozo ya está en crisis, pero que importa, es su trabajo. El plato se enfrió de nuevo ¡Que mala esta cocina por Dios! ¡Todos los platos tibios! Otra vez vuelven los platos, el chef mira al mozo con los ojos rasgados. Mientras los calientan de nuevo, el mozo hace 2km yendo y viniendo, toma a la pasada un trago de agua medio tibia porque tiene la boca resquebrajada de lo seca que está. Pero eso no tenés porque saberlo, las nimiedades del servicio no te interesan.
-La comida estaba buenísima, realmente valió la pena la espera y el mal servicio, el mozo que no estuvo siempre a nuestra disposición es la peor parte, ¡pero que horror también el mozo que está siempre encima de la mesa!-Decís.
Te demorás unos 10 minutos eligiendo el postre, le preguntás al mozo cada uno de los platos, cómo están hechos, dónde compran las frutillas para el Napoleón, si el flan es casero, y si lo es, cuántos agujeritos tiene, si usan dulces comprados o los hacen en la cocina del lugar, si la Crème brûlée es diet y si el volcán de chocolate es realmente de chocolate. Le decís al mozo que vas a pedir un café porque no aguantás la espera de un postre, cuando en realidad has comido tanto que no te entra una pizca más de carbohidratos en la sangre, mientras él mira a la cocina con ojos de perro porque lo están fulminando, con el rictus en la cara y los dientes apretados le están diciendo que el helado de la 14 se está derritiendo y que tiene comensales que acaban de llegar y todavía no tienen el abreboca en la mesa.
Lo que no sabés es que al cafecito lo hace el mismo mozo, porque sus compañeros están tan atareados como él mismo y que la fauna de la cocina está en tal frenesí, que pedirles que sirvan un café sería como intentar prender un fósforo en una cámara de gas. Tampoco sabés que a esta altura del servicio, ya no quedan platos limpios, ni cucharas, quizá alguna que otra taza. Entonces corre buscando algo que pueda usar para llevarte tu pedido. Encuentra un plato que se está escurriendo, lo seca, lo deja en la bandeja, lleva los platos de la mesa 3 que llegó con 5 críos hambrientos que son el mejor método anticonceptivo creado por el hombre, saca dos fotos más de la mesa con vista a la montaña, calienta la mamadera que le dejan al pasar y se la lleva a la madre primeriza de la 22 que ya está sacada porque el bebé está famélico y necesita la leche. Mira a tu mesa y recuerda nuevamente el café, fajina un par de cucharas, porque las limpias ya volaron, pone a calentar tu café, lo llaman desde la sala porque la mesa 10 quiere más pan y la 3, con los niños salvajes, hicieron trizas dos botellas de gaseosa que quedaron desperdigadas por el piso que es, ahora, una trampa pegajosa, por supuesto hay que cambiar el mantel también. Vos te preguntás cómo es posible que tu café lleve 15 minutos de espera, pero no podés saber por lo que está pasando el mozo, que después de calmar a los padres de la 3, contentar a los chicos que lloran por el lío que hicieron, cambiar los cubiertos de la mesa que espera impaciente sus platos principales, se toma 30 segundos para ir al baño a hacer pis, porque aunque no lo creas tiene necesidades fisiológicas. Después de tanto hacer, mientras vos sólo te dedicabas a cuestionar la demora, llega el café a tu mesa. Quizá en el camino, bandeja en mano, sorteó a los salvajes que corrían entre las mesas, a otro compañero cargado de copas sucias y al abuelo de la 1 que le pide ayuda para levantarse de la silla, con suerte, tu café sólo tiene un pequeño derrame que mancha la taza blanca y el plato que secó hace tiempo atrás. Seguís sin entender el desmesurado tiempo que pasó entre que pediste tu infusión y cuando llegó.
Esta pésima atención se ve reflejada en la propina, que por supuesto el mozo no se merece, y te vas, pagando justo, que es lo justo. Después de todo, es su trabajo y le pagan por ello.
Juguemos a algo, la próxima vez que salgas a comer, mirá detenidamente lo que hacés y de vez en cuando dedicale unos minutos a seguir al mozo, quizá te sorprendas y veas que si tu plato se demora no es por desidia, es más bien porque el mozo también es humano.

viernes, 21 de febrero de 2014

Tu culpa.



Es culpa de tu piel por llamar a mi manos,
es culpa de tu cuello que atrae a mis dientes,
de tu espalda que busca mis uñas,
de tu saliva que seduce a mi boca.

Es culpa de tus piernas que se enredan con las mías,
es por culpa de tu voz que mis oídos te buscan,
es culpa de tu perfume que mi nariz te escudriñe,
de tu pelo que se lía en mis dedos.

Es por culpa de tu risa que mis ojos se pierden,
es por culpa de tus huellas que mis pies te sigan,
es por culpa de tu todo que mi yo te adore.

Es tu culpa, tu entera culpa, que yo te ame. 


martes, 30 de octubre de 2012

Escribiendo.


Miles de minutos mirando la hoja en blanco, inmovilizada por una fuerza incongruentemente poderosa. Paralizados los dedos, conjunto de carne y nada inerte. Ni un movimiento perceptible, o no.  La pluma apoyada metódicamente sobre el dedo medio y apenas sujeta en una pseudopinza construida por el pulgar y el índice, pero inmóvil, casi al acecho. 
El segundo eterno antes de la voz de “Apunten, Fuego”, como el silbante sonido del hacha, que en manos del verdugo se descarga sobre una nuca desnuda.  Es mirar desde lo alto, caída inminente y recordar que evolucionamos sin alas ni hueso livianos. 
El después aterroriza. 
La mano en movimiento y el papel se llena convulso, insaciable, absorbiendo de a poco los dedos que van desapareciendo entre palabras, paréntesis, entre superficies que se extinguen, que se abrazan hasta devorarse, y así el resto del cuerpo. Luego la muñeca que lucha, quiere zafarse, pero el papel la llama y así logra succionar el antebrazo que es fuerte, pero no tanto y no opone mayor resistencia.  Brazo, hombro y omóplato son tragados casi por inercia, casi convencidos de lo inevitable. 
Casi diría que no creo, pero creo, y en eso se cuela entre el cuadriculado mi cabeza, sin respetar mis razones.  Perder entre el papel el miembro superior derecho no es tan drástico, pero tragar mi cabeza es suficientemente complejo para no prestar atención.  El vortex de papel succiona sin piedad alguna y después sólo quedan los pies; siempre me dijeron que los pies funcionan mejor en la tierra, pero parecen hacer oídos sordos a los principios básicos de la física y todo esto que era, ahora ya no es más. Entiendo que se pensará en la poca seriedad del escrito, se pondrá en tela de juicio mi palabra y hasta es probable que la burocracia queme los papeles. 
Qué será de mi dentro del papel; por lo menos, se siente casi igual, salvo los poderes. ¿Poderes dije? Nada especial, solo que de este lado se puede volar, crear y hasta morir cuando se mueve la mano.