Tatuado de estrellas negras, mi pensamiento vago, deambula errante en las sombras; deslizar delicado de ideas.
Sublimidad y perversidad de pensar una muerte ajena pero propia.
Idear un funeral a la luz de las estrellas y el repiqueteo simbólico de la lluvia, como lágrimas impropias, sobre un montón de libros sin páginas, de lápices sin punta.
Morir eternamente con la última frase de un verso inconcluso. Y soñar sonidos de puertas cerradas y ojos abiertos.
Morir la vida de un ciempiés con largo camino por delante, vivir la muerte de esa hoja negra que se desprende y planea incontables vueltas antes de rozar el pasto regado de olvido.
Tatuado de estrellas negras, una voz que no quiere ser escuchada y un pensamiento rojo.
La misma lluvia, los mismos libros sin comienzo, sin final, el mismísimo sueño que no quiero soñar y del cual no se despertar.
El agua que surge del piso, la grieta inocua de la vida y su retumbar zigzagueante.
La partida, impensada y anhelada al mismo tiempo.
El ruido no ayuda.
El desorden caótico perfecto y ese pasado imperfecto que se conjuga doliendo el presente.
No más llanto, no más frío, simplemente una hoguera de verbos y esos libros blancos.