martes, 18 de octubre de 2011

Oniria


La noche había comenzado temprano para ella, ya no quería esperar el silencio cubriendo las cortinas que la separaban de esa ciudad fría y muchas veces vacía.  Intentaba dormir para no torturarse, dormir la liberaba de las palabras que no podía pronunciar, el sueño transformaba sus lágrimas en viajes, en besos y eso era exactamente lo que necesitaba.  Respetando a rajatabla su lugar en la cama, (no vaya a ser que se perviertan los aromas que dejó su amante antes de partir) se arrulla bajo las sábanas azul marino y acomoda sus formas que se comprimen ante el peso de la ropa de cama que utiliza para hacerle frente a las bajas temperaturas. 
Suavemente y casi como en un rito silencioso, acaricia con la palma de su mano izquierda, la porción vacía de su lecho que se abría fría, como una puñalada en su alma.  Aún podía sentir las formas, sus dedos aún podían recorrer sistemáticamente la piel que dejo, una vez más, antes de partir.
Los ruidos en la casa se concatenaban con las personas que ella abrigaba, parientes de lejos, niños jugando,  traqueteo de cubiertos y risas... justo lo que no tenía planes de oír.  Quería silencio, el silencio infinito de párpados clausurados que uno mismo se proporciona, altruista.  Silencio y oscuridad a veces mentirosa.
Dormitaba a intervalos regulares, como un reloj de arena de sólo unos pocos minutos rápidos y una vez más los ojos abiertos colmando de sal las llagas de ausencia que plagaban su piel tersa.  Una vez más los párpados retraídos y las pupilas clavadas en las imperfecciones de un techo que se le antojaba cada vez más alto.  Fijos sus ojos en las grietas tan profundas como místicas, analogando incontables veces los surcos hasta la boca que iban marcando sus lágrimas, lágrimas nocturnas, secreciones tan dolorosas que sentía como ácido y por esa causa sólo las dejaba salir cuando no era presa de miradas.
De a una, las luces se fueron extinguiendo, como las voces, como los ruidos.  Pero sus tendones seguían contraídos y su mente seguía creando imágenes que se iban derritiendo para gestar impresiones nuevas en ciclos, que podía medir siguiendo el bombeo continuo y agitado de su corazón, que además sentía expandido por todo su cuerpo que latía  al unísono.  En su cabeza algunas canciones se iban mezclando, creando poemas nuevos que no podía recordar, y deseaba satisfacerse con el néctar de Morfeo o con una ruta angosta bajo sus pies.
Sintió que sus sentidos se aguzaban proporcionalmente a las vueltas que su cuerpo daba, sometiéndola en el suplicio de sentir el frío y la grandeza macabra de la cama que se extendía a proporciones exageradas.  Sus extremidades se hacían notar en temblores y las imaginó cianóticas, sentía que su sangre se condensaba en el pecho y la calota, elevando la temperatura de su corazón y del cerebro, órganos que combinados con el insomnio, eran la dinamita exacta para hacer estallar la razón.  Todo a su alrededor crujía imprudente, las maderas, el concreto, las ventanas azotadas por vientos del océano y hasta sus huesos y dientes, haciendo más audible el silencio pesado que ya a estas alturas reinaba.  Tal descubrimiento golpeó sus oídos, provocándole un mareo prolongado.
Tuvo miedo de estar dormida, ese sueño ya  no le gustaba y quería despertar, pero a su alrededor todo era demasiado vívido y desterró la idea de estar sumida en un cóctel ansiolítico. 
Su cuerpo se iba alejando de ella, desprendiendo de esta manera las conexiones de control que tenía sobre él, dejando palpable solamente a sus pensamientos vigorosos.
Con extrema fuerza de voluntad y poniendo en juego hasta el amor propio, pudo por fin llevar su mano hasta la cara, cubriéndola, tratando de conversese de que no estaba ahí formando un escudo de carne contraída, contra esas entidades indeseables.  Y pudo darse cuenta, gracias a esta maniobra, que aún conservaba sus ojos cerrados.  Por entre sus dedos helados, los abrió lentamente, temiendo encontrarse con una luz humillante, pero sólo encontró más oscuridad, cero luminosidad pero ante todo más real, por eso decidió volver a cerrarlos y tratar de brindarle un poco de calor a sus dedos, por lo que los puso sobre su pecho galopante.  Hizo lo mismo con los derechos y se sintió oprimida por sus propias manos, pero la reconfortaba la calida sensación que se desparramaba por sus brazos.
Y así se fue despidiendo del poco control que tenía sobre si misma, y cayó dormida en los ya designios del inconsciente, dejándose llevar por caminos impensados, pensados por nosotros para que los disfrutemos si es que nos permitimos recordar. 
Entonces sus visiones de párpados cerrados comenzaron.  Se vio caminando al amanecer, cubierta por sus sábanas azules, por una senda marcada a fuego en un contexto solitario, ella pensó que en demasía, y se sintió sola.  Pero siguió rumbo, atravesando la nada que se abría en todos los puntos cardinales, siempre descalza, siempre con su capa color mar, siempre con la idea de llegar a ese punto que desconocía. 
Y comenzó a sentir su paso lento, aletargado, hasta casi doloroso y fue el momento en que cayó en la cuenta de que su sangre se iba quedando en el camino, sintió su convicción caer a deseo, para luego terminar en añoranza lejana.  Ya no podía caminar, no le quedaba energía ni fluido vital  y su cuerpo se desplomó a la vera de la ruta, todo olía a su amante, hasta su propia piel y el llanto fue incontenible, mojando absolutamente todas sus telas, colmándola de frío. 
El sufrimiento no decaía, quería mirar el cielo.  Al alzar la vista pudo ver a su espectro parado a su lado, con expresión seria, mirándola directamente a los ojos, reprochándole sin palabras.  Hubo un parpadeo prolongado y después la última mirada, todo se disolvió como un castillo de cartas.  Y volvió a la profundidad de su cama, en la misma posición faraónica en la que se había dormido.  Se movió desestructurando a su cuerpo rígido, y trató de recordar por donde había estado hasta hace unos momentos, pero ni una sola imagen se proyectó en su memoria, se dio cuenta, por sus suspiros, que había estado llorando, lo peor de todo es no recordar el por que. 
Por sus párpados se dejaba entrever una casi insignificante luz que provenía de una llamita que toda las noches quedaba prendida.  La suavidad naranja que veía sin ver, la sedujo y parsimoniosamente fue abriendo los ojos.  Cuando la oscuridad se disipó totalmente y distinguió la silueta de algunos de sus muebles, una figura se entrecortaba entre sus ojos y la pared, se masajeó sutilmente los ojos para aclararlos, no entendía por qué alguien velaba sus sueños. 
El descubrimiento fue pavoroso, ella misma se miraba desde el borde de su cama, los años habían obrado en su fisonomía fantasmal, su cabello era largo, y sus ojos estaban hundidos.  Un olor casi nauseabundo se expandía por toda la habitación y todo encajaba junto con el fueguito, a intervalos azules y naranjas, para fomentar el pánico que sentía como escalofríos en su anatomía.  Cerró los ojos, en posición fetal acomodó su cuerpo y lloró hasta no sentir más frío. 
Había recordado su sueño.

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