lunes, 25 de octubre de 2010

Costumbre.

Una vez más, el dolor agudo tritura lentamente estos ojos que ahora no te ven. 
Una vez más, siento la vida escaparse entre mis dedos manchados de vos y sucios de cobardía ilógica. 

Me muevo estando quieta, lloro aún, con los párpados clausurados.

Mi cuerpo lastimado, pide suplicando la sutil brisa de la risa que surca la noche esplendorosa en busca oportuna de mis oídos sedientos de vos / voz.

Y cada segundo es una evocación sublime y transparente
Cada trazo tiene tu sabor exasperado
Cada sonido es un movimiento de tus manos en mis manos.

Quiero volver a recostarme sobre tus rodillas, mientras te miro desde el frío concreto intangible donde vivimos y en donde quiero morir una y mil veces.

Quiero arrodillarme una vez más y recuperar con tus caricias la paz que se diluye en lágrimas como agujas.

Quiero beber una vez más desde el apacible roce felino de tus labios.

Quiero correr y abrigarme del calor corrosivo y yacer inamovible en el  palpitar de tus brazos.

Dolor, Cuerpo, Segundo, Quiero, Caricias, Brazos.

Tendré que acostumbrarme.

jueves, 21 de octubre de 2010

Sin título.

Absurdo es mi deseo inconsciente
de dolor
de lágrimas
de ausencias

Las letras caen a cuenta gotas desde el profundo acantilado de emociones que desagotan mis ojos secos y hundidos, como ese barco herrumbrado de olvido, donde una vez más tuve miedo, miedo de caer en las profundidades del rechazo, en la incontenible culpa de sentirme feliz. 

Quizá sueño con la mirada perdida y fotografío indecente, las risas y los paisajes mojados.

El deseo de correr.  
El anhelo de bajarme de esta nube que me arrastra una vez más al paradójico desencanto de la soledad acompañada. 
El sueño de dejarme llevar por el viento, por ese río, por esas risas que se vuelven recuerdo obtuso y lejano.

Aún recorro calles empinadas, todavía respiro la humedad ajena a mi cuerpo hecho a las medidas prohibidas de la dicha, y es mi piel aceitada por donde resbalan las felicidades propias, donde se tatúan las impropias.


El peso,
el leve peso lastimero de dejar el alma y volverme un ente
extraño,
sutil,
amorfo,
de pasos sin eco,
de deslumbrante y triste tristeza.

Cómo dejar de pensar si es lo que me mantiene en pie.  Cómo dejar de soñar, si es lo que condimenta este silencio malvado que lacera la ausencia. 
Cómo decir, si las palabras están muertas en esta boca que ya no me pertenece, en estos labios que ya se olvidaron de la textura excelsa de la risa, que no recuerdan el placer de un susurro en la oscuridad mentirosa, en esta carne que se perdió en el reproche hermoso, en el “no me dejes”, en el “no” pronunciado, en la partida, en la muerte que no quiero vivir si no tengo tus manos para que contengan mi caída.

jueves, 14 de octubre de 2010

Palabras y Siluetas

Tan sólo palabras para enamorarme, tan sólo una voz entrecortada y un hechizo.

Hoy es más que una idea indivisible.  Hoy es la necesidad imperiosa del encuentro, tan potente, tan fuerte, tan brillante.

Me dibujo en su voz, me imagino en sus brazos cálidos, me estremezco soñando sus labios y muero pensando el roce de sus manos.

Cuando cae la noche y el frío se solidifica en las ventanas, vuelo a encontrar su pelo enredándose en mis dedos torpes, entonces surco en delirios oníricos el velo alquitrán de la noche que nos separa en galaxias sombrías.  De a poco y porción por porción voy mezclándome en sus sueños.

De repente una calle florida enmarca dos siluetas unidas que sobresalen del tumulto, todo es tan vívido, los aromas son tan reales, su contacto en mi cuerpo es tan preciso.

La luna a lo lejos tapiza un cielo sin estrellas y siento el susurro de sus palabras erizando mi cuello.  Cierro los ojos para interpretar sus labios en mi piel, para expandir el calor que me regala.

Sólo existimos así, en sueños, sólo podemos vernos cuando los párpados cubren las órbitas y ni el tiempo ni el espacio nos condicionan.  Busco en mil libros la fórmula para que su anatomía se vuelva real a mi lado, para que su materia no sea una ilusión óptica.  Y solamente consigo caer en un letargo aún mayor que aleja sus forman más allá de lo que mis brazos alcanzan.

Me deshago en mil vapores de llanto que se absorben lentamente en las sábanas vacuas manchadas del negro corrido de mis ojos y el silencio agrietando el embaldosado que me separa de la caída abismal.

Miro su imagen desdibujada por el tiempo y calco su fisonomía en tinta indeleble sobre mis huesos y todo se resume en una metáfora barata que me incomoda desde la profundidad de la carne.

domingo, 10 de octubre de 2010

Flores.

El olor de la mañana nueva flota en el aire, a veces fresco, otras, extremadamente cálido,  y se respiran mil suspiros, propios de una ciudad que se despierta al ritmo del canto de los pájaros y de los colectivos que van poniéndole color a las calles, que de a poco se van colmando.

Las siluetas de los muchos árboles que hacen de barrera imaginaria se van aclarando, alzándose a un cielo por demás celeste, con algunos esbozos de nubes que corren rápidamente tratando de ocultar al sol que ya está en lo alto.

Y no alcanzan sólo dos ojos para abarcar cada escena, cada personaje, que desde el total anonimato, le dan una cuota de surrealidad, a una Mendoza ya desvelada.

A un lado y como ausente, una anciana custodia un puesto de flores derruido y pobre, que se mantiene en pie por la inercia metafísica que lo rodea, tan estable y firme como los huesos de esa mujer que crujen silenciosamente ante un tiempo que no pasa.

Nadie parece reparar en ella, todos fingen que no existe, aunque no molesta, aunque su existencia sea real, quizá, sólo para la anciana misma.

Cruzo ante sus ojos clavados en algo que no puedo distinguir y daría mi reino por saber donde está su  pensamiento, por qué lugar deambula sin moverse de su banquito de madera que parece inseguro.  Revolviendo qué álbum de fotos amarillas se encuentran sus ojos celestes casi transparentes.  Qué clase de film mudo y en blanco y negro se proyecta ininterrumpido en su alma vieja.  Daría mi reino por saber la historia que resguarda su cabeza, su corazón y sus manos arrugadas y blanquísimas, de dedos entrelazados y estáticos que mantiene apoyados sobre sus rodillas huesudas.

No deja de mirar hacia delante, no parpadea, está sumida en un estado de quietud desesperante, inmutable ante las estruendosas bocinas que resuenan a su espalda, parece no oír el constante sonido de incontables gargantas que cantan, gritan, hablan, piensan en voz alta sin un segundo de silencio, y son todos esos ruidos semejantes a una canción perpetua con cientos de notas diferentes que no logran unificarse para que nazca una melodía armónica.

Pero la anciana no mueve un músculo, la espalda encorvada hacia delante, el pelo grisáceo recogido pulcramente y su mirada siempre fija, simula estar sumergida en un estado catatónico, aunque aún, nadie se percata de eso.

Y es su vida igual a las flores que intenta vender, frágil, inerte, con la única esperanza de decorar, esperando que alguien se acuerde del significado primordial del aroma.  Y  pienso en el destino ulterior de las flores, pueden ser el símbolo perfecto para demostrar amor, o quizá, el último obsequio que descansa solo, en lo alto de una tumba nueva.

Pienso en las flores que nacen para morir donde la carne descansa y siento pena por ellas, y vuelve mi analogía con la anciana de los ojos claros, ¿será quizá su vida como la de esos pétalos coloridos? O será quizá su muerte.

Me acerco tratando de interponerme entre su punto y los ojos que parecen sostenerse en sus órbitas,  repara en mi presencia y un gesto de confusión y agrado asoman de entre las marcas profundas de su piel, tomo dos flores blancas, de sus tallos largos, agua cae mojando mis pies.   Pregunta si las envuelve en papel para evitar seguir manchando mis zapatillas ya sucias.  Su voz de abuela llena mis oídos y todo el ruido desaparece, busco el vil metal para dárselo en pago por las florcitas.  Un instante tenso se crea en el momento que menos pienso, todavía tengo estirada la mano, ella me mira a los ojos y me pregunta a quien voy a regalarle las flores.    Bajo la vista, buscando las palabras mejores para no sentirme mal.  Voy a llevárselas a mi papá, contesto.  La anciana estira la mano, hasta la altura de la mía y cierra mi puño dejando dentro las cuatro monedas grandes que iba a darle.  No entiendo el gesto y vuelvo a levantar la vista, pero ya no me miraba, estaba perdida en otro punto que encontró para fugarse de la realidad, y en ese estado, otra vez en pseudo trance, pronunció palabras que hasta hoy retumban en mis oídos, “las flores para los muertos no se cobran”.  Sentí que el corazón se me estrujaba e interpreté cada una de las letras que esa vieja pronunció. 

Desde ese momento, todas las semana, el mismo día, a la misma hora, paso a comprarle.  Pero desde aquel episodio, llevo flores para los que todavía pueden regocijarse del color vivo de los pétalos y del olor embriagante que nos regalan.  Siempre con la duda de si voy o no a encontrarla, con la incertidumbre y el dolor de pensar si tendrá una mano que le acerque una flor cuando su puestito viejo y derruido ya no forme parte del paisaje matutino mendocino.

viernes, 8 de octubre de 2010

Carta de presentación


Soy de Leo y me gusta el futbol.  Adicta al café y no puedo dormir sin almohada.  Soy sensible al extremo y de a ratos lloro.  A los 27 años se cayó mi último diente de leche y no como verduras.  Escribo por necesidad y tengo un padre muerto.  Mi preferido es Cortazar y le temo a los payasos y a las agujas.  Seré psiquiatra, algún día.  Mi madre es depresiva y manejo desde joven.  Fumo marihuana y tengo pocos amigos.  No puedo vivir sin música y no suelo ver televisión.  Tengo buen carácter y casi nunca crédito en mi celular.  No soporto la hipocresía y casi nunca puedo sostener una mentira.  Alguna vez fui infiel y mis flores son las fresias.  Disfruto sacar fotos y amo los hospitales.  Soy lesbiana y prefiero el otoño.  Deseo viajar a Europa y me conecto a Internet cada vez que puedo.  Tengo una relación y también trabajo.  Soy derecha y no tengo afiliación política.  Conservo cada carta que me han escrito y se un poco de francés.  Tener cuatro perras, una de ellas con complejo de gata.  Tengo muchas cicatrices y soy celosa.  No duermo siesta y me encanta el olor a libro viejo.  Tengo memoria olfativa y disfruto las tormentas de verano.  Soy posesiva y tengo dos hermanos.  Tuve una relación a distancia y mi único novio está en el cielo.  Fui a escuelas privadas y una vez choqué el auto.  Siempre tengo la razón y más cuando no la tengo y odio las discusiones.  No quiero tener hijos y dos piercing adornan mi cara.  Escribo con portaminas y adoro el chocolate.  Tengo varios kilos de más y una gran imaginación.  No tengo sobrinos pero si una ahijada.  No me gusta la cerveza y no puedo caminar descalza sobre el césped.  Mi color preferido es el negro y uso el reloj en la muñeca derecha.  A veces escucho Ska y me duele seguido la panza.  No me diseñaron para estar sola y me encanta viajar en colectivo.  Uso bombachas de gaucho y tengo el pelo lacio.  No me gusta maquillarme y mi censura funciona tan bien que casi nunca recuerdo mis sueños.  Mi número es el 7 y siempre me siento en una orillita de la silla.  A veces tengo faltas de ortografía y soy romántica.  Debo haber vivido mi vida anterior en Buenos Aires y tengo una gran familia.  Gusto de aprender palabras exóticas y me encantan los juegos de Play Station.  Odio ir al medico y casi nunca sufrí por amor.  Cuando estoy concentrada me meto el dedo meñique a la boca y no digo malas palabras.  Suelo creer en Dios, a mi manera y suelo ser pragmática.  Llevo una  flor de Lis en el cuello y un anillo de mi suegra fallecida en el dedo medio de la mano derecha.  Voy a la Universidad de Mendoza porque no entré en la UNC y detesto a mis compañeros caretas.  Escribo siempre en imprenta y escucho canciones en español.  Me defiendo en la cocina y me encantaría saber de mecánica.  Siempre fui buena en los deportes y colecciono piedras.  Los niños me aman y odio el inglés.  Se escuchar y disfruto haciendo regalos.  Uso todo el tiempo zapatillas y no tengo mucha ropa.  Me enferma descubrirme las uñas sucias y nunca me he teñido el pelo.  Puedo estar horas mirando el cielo y sólo se dibujar árboles.  He probado varias drogas y tengo mi pasaporte vencido.  Adoro la mitología y doy mil vueltas a la hora de bañarme.  A veces mi mundo se desploma y siempre gano con el color del trigo.

jueves, 7 de octubre de 2010

Para vos

Hoy no te esperé.  Hoy no te extrañé.  Hoy fui feliz con lo poco que tengo.  Hoy sentí por fin que estoy en condiciones de no sentir más pena por tu ausencia.  Hoy me di cuenta que nos sos esa imagen idealizada que cree con amor.  Hoy mis manos dejaron libre a las tuyas.  Hoy ya no me sentí parte tuya y se sintió muy bien.  Hoy por fin aprendí a disfrutar de esta libertad que es tu no presencia.  HOY FUI FELIZ CARAJO y que bien me sentó. 

Soñando sonatas simples.

        S
inuosos,
eniles,
ofocantes.

Los minutos parecen regocijarse de mi ansiedad enferma.  Trato de medir su paso con respiraciones, palabras, canciones, pero parecen detenerse, simulan un estadío metafórico de quietud exasperante, como si la tierra dejara de girar, como si fuerzas magnánimas detuvieran el movimiento rutinario de las agujas del reloj y hasta puedo oír el rechinar de éstas tratando de vencer ese obstáculo imaginario que les impide seguir su curso normal.

Entonces, cuando te tengo -metafóricamente te tengo- la traba que tenían los minutos desaparece y el tiempo pasa con una rapidez macabra, maliciosa, y lo que esperé años se pasa en segundos muertos y no alcanzo a llenar mi cuota de esa imagen que me regocija.  Y vuelvo al estado aletargado y onírico de la espera, caigo nuevamente en el desasosiego de las ausencias, en el respirar agónico de los días-meses de los meses-años.
El tiempo se ríe detrás de mí, se ríe mientras frota sus manos y entorna los ojos sádicamente.  Se lleva consigo mis deseos y esos sueños inconclusos, me despoja de la sonrisa y las ganas de continuar en la espera, en la amarga espera que me hunde en llanto desesperado.

Maldigo al Cronos fluctuante, maldigo a sus brazos-agujas que lastiman la carne y son incontables los cigarrillos que maté y el humo que cree en su honor.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Robándo palabras

Ni san ni sa ni brisa ya
corren mi nube de algodón.
Ni los, ni nos, ni vos ni yo
debemos cargar esta cruz.

Comprender, aceptar.
Hicimos nuestro camino al caminar,
y hoy decidimos frenar acá
no vamos al mismo lugar.
Traté de hacer a mi bien tu bien,
y ves bien que me salio mal.
No acostumbro a fracasar.

Dijiste hasta acá ya fue me voy,
mi vida no está junto a vos.
Ya me canse que te de igual
si soy feliz o no lo soy.

Comprender, aceptar.
Parecía tan fácil como sumar
tu amor y mi lealtad
mi ternura y tu amistad.

A veces Marte y Venus se llevan mal.
No es cuestión de maldad.
Es duro aprender a amar.
Y acá estoy despidiéndome,
mascando tu rencor, lo sé.

No me quedo más que aceptar,
soy tan culpable como vos.
Yo también deje de regar
la flor de la superación.

Comprender, aceptar.
Prometiste cuidarme sin importar
y hoy ya no importa mi bienestar,
lo importante es tu ansiedad.
Regió mi vida al azar una vez ¿sabés?
No me gusta apostar,
siempre me tocó pagar.

Yo me propuse superar tu ausencia
a pesar del dolor.
Vos preferís no analizar,
seguís en busca del amor.

Comprender, aceptar
Por más gotas de sal que le robe al mar,
por más flores que un rosal.
Hoy nos toca despegar.
Por más gritos de paz, por más soledad
Que hoy castigue mi voluntad.
Por los dos ya no va más.

Y acá estoy despidiéndome
Mascando tu rencor, lo sé.
Estoy confiando que el tiempo nos dirá qué hacer.
Y acá estoy despidiéndome mascando tu rencor, lo se
Estoy confiando que el tiempo nos dirá que asi estuvo bien.

Las Pastillas del Abuelo

Esta vez para MI

A veces no entiendo a los humanos, un día hay amor, al otro odio; un día hay alegría, al otro tristeza, y así se pueden enumerar cientos de estados cambiantes de los que somos presas nosotros, los humanos.
He aprendido a no esperar nada de nadie, sólo deseo por mi, y este avance o retroceso, dependiendo de la corriente filosófica que sigamos, fue aprendido hace menos de una semana, podría decirse que es una actitud demasiado nueva, pero que voy a sostener, cueste lo que cueste, aunque las lagrimas broten, aunque la piel duela.  No confío, no creo, no espero, no deseo nada de nadie, y eso me hace bien, o es lo que mis células me hacen creer.  Dicen que sólo son necesarios 21 días para crear un hábito y voy a hacerlo.  Nunca vas a leer estas palabras, seguramente no te interesa, y por ende a mi no me interesa que las leas, solo escribo para mi, como ya dije en algún momento de mi vida.  Solo queda dar las gracias, por lo que me diste y por lo que no, por lo que vivimos y por lo que no.  
Ahora todo sigue su curso, como un velero que se sostiene en el agua, movido por las corrientes cambiantes, pero con un timón firme, dirigido por mis manos, esas que solías ponderar y que ahora están olvidadas en mis bolsillos, pero fuertes sobre ese timón que es mi vida.

martes, 5 de octubre de 2010

Dolor

Dolor agudo que atraviesas mi carne haciéndome débil, llévate esta sangre que se congeló en mis venas, evapora estas lágrimas que no lloré y que se acumulan peligrosamente.
Dolor tenaz, arrástrame a las profundidades vacuas de ojos cerrados, de palabras estancadas, de risas mudas.
Dolor, no me dejes morir abajo.

lunes, 4 de octubre de 2010

Para Vos

Mirando el pasado mientras afuera los ruidos claman porque las horas no corran.  Quizá sea mejor volver a tu lado y retener unos minutos el calor que se desprende casi imperceptible entre esos excesos que a veces nos permitimos.
Te miro desde abajo, sentada, como velando tu sueño, intoxicándome nuevamente de noche, de calles, de miradas.  Pero esa serpiente brota por tu boca, tratando de morder, buscando enrollarse en mis manos, dejándome una vez más.
Desde abajo te miro, exorcizando paradigmas sin llegar al punto culmine de la certeza… o del error.  ¿Que será ahora de la luna?
Solo me acompaña tu respiración de sueño y tal vez este orden caótico perfecto, esta alfombra desde donde te miro, desnuda de excusas, engalanada de preguntas que ojala nunca respondas.
Ciudad de demonios encantados, de personajes de una ficción casi real, como salida de esa trágica historia dulce e histérica.  Mi piel se vuelve cielo y vuelven las estrellas, estrellas dormidas en una noche multicolor que las comprime a ilusión azarosa.
Y te dibujas nuevamente por detrás del enésimo cigarrillo que prendo esperando a que despiertes de ese trance profundo que te ha alejado una vez mas, cubierta por esas sabanas blancas, casi testigos, silenciosas como tumbas de gloria y yo, desde abajo, custodiando sin dejar ni un segundo este puesto autoimpuesto de vigía.
Cuanto mas aguantaré hasta salir corriendo buscando entre mil rostros la respuesta al enigma, tratando de hallar al alquimista que haga palpable y entendible este justo equilibrio entre exceso y defecto que son mis días.
La gran ciudad abre sus fauces gigantescas devorando incesantemente los minutos que se desangran y mueren espirados por tu cuerpo, cuerpo que a veces se mueve para demostrarme que aun no te has ido, o será quizá el movimiento convulso de esa fría piel que vaga por tus formas alejándote de mi.
Puedo verte soñar, siempre desde abajo y no me atrevo a moverme para no perturbarte.  ¿Estaré quizá con vos en esa tierra lejana donde no puedo entrar?  ¿Me colare entre tus parpados rápidos y los movimientos involuntarios de tus manos?
Como saberlo, si no me atrevo a despertarte.