martes, 13 de diciembre de 2011

El mendigo


Mil dolores se conjugan con la tierra aún húmeda por las lágrimas de aquel mendigo del tiempo, que se arrastra compungido, deshojando flores negras que se agolpan a los pies de esa estatua derruída y oscura que representa la vida.

Una vez más la tierra pare bocas, dedos, mentes y algún que otro corazón.  Una vez más la tierra escupe formas ininteligibles, silenciosas, cada vez más muertas.  Y todos con alegría se jactan de sus macabras creaciones.

El sol, a las doce en punto, me priva de la gracia de las sombras transeúntes, de las sombras casi quietas y de las inmutables.  El sol en lo alto, sacude con cientos de manos mis ojos cansados de luz.
Cómo no prolongar noches eternas…

Y siempre hay ruido.

Siempre miles de colores.

Siempre gente riendo
          andando.

Siempre sabia,
                   agua
                   y hojas caídas. 

Siempre el amor,
                   la soledad,
                   el fuego. 

Siempre el papel
                   y el lápiz,
                   la hora
                   y el mendigo del tiempo regando la tierra húmeda de sus propios llantos.

Me pierdo siguiendo la trayectoria de una pelusa que planea millones de vueltas sin un parámetro fijo para perderse entre la incertidumbre del follaje enmarañado de ese árbol inmutable por el destino incierto.



Y todo sigue un curso empírico, como si el destino se desdibujara a cada segundo para volver a ser decodificado en símbolos efímeros y el ciclo continua enésimas veces, imperceptible a las sensaciones personales.

Un cigarrillo mal apagado, el vuelo rasante de palomas, de gorriones, el sutil sonido del papel que cambia constantemente de posición rozando el césped casi verde mágico, las miradas perdidas, las palabras encontradas y el mendigo sublime del tiempo salmodiando pesares, hacen de la escena, el mejor collage amorfo de la caída simbólica del encanto.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Cielos


El vacío crece como la gota que cae incesante
Y el clamor ahogado de las risas
Perturban el silencio de la calma.

Circo de sombras tatuadas en la pared,
Vicio mundano de noches de insomnio.

La retórica de las palabras fluye
Y el sabor a sangre en la boca
Alienta una rebelión intracorporea.

Humillante es la luna en las alturas,
Tenue palidez fantasmagórica
Que con sus ojos ciegos nos miente verdades inconclusas.

Negra noche, negro sol,
Celos mortecinos y grávidos
Que taladran el vaivén de mis párpados.

Pompeya se hunde en el mar,
La Atlántida se baña de cenizas.
Crisis incontenible, cataclismos olvidados.
Hoy, quietud que antecede al caos.

Malograr de palabras,
Malabarista manco
Que juega con fuego a mis espaldas.

Cambiar de posición,
Morder el lápiz,
Transmutar el alma a un ave.
Ruido burbujeante en el cerebro,
Y agudo grito de dolor.

Puertas pesadas,
Golpe seco,
Vibración y sobresalto de pupilas.
Y tal vez un cementerio,
Callado y macabro paraje
Digno de los Dioses.

Sucumbir,
Resquebrajarse,
Desfallecer
Para volver a morir  silenciosamente
En el retorno eterno
Y la duda primordial.

Siempre el vacío,
Siempre el como comienzo y fin.


martes, 18 de octubre de 2011

Oniria


La noche había comenzado temprano para ella, ya no quería esperar el silencio cubriendo las cortinas que la separaban de esa ciudad fría y muchas veces vacía.  Intentaba dormir para no torturarse, dormir la liberaba de las palabras que no podía pronunciar, el sueño transformaba sus lágrimas en viajes, en besos y eso era exactamente lo que necesitaba.  Respetando a rajatabla su lugar en la cama, (no vaya a ser que se perviertan los aromas que dejó su amante antes de partir) se arrulla bajo las sábanas azul marino y acomoda sus formas que se comprimen ante el peso de la ropa de cama que utiliza para hacerle frente a las bajas temperaturas. 
Suavemente y casi como en un rito silencioso, acaricia con la palma de su mano izquierda, la porción vacía de su lecho que se abría fría, como una puñalada en su alma.  Aún podía sentir las formas, sus dedos aún podían recorrer sistemáticamente la piel que dejo, una vez más, antes de partir.
Los ruidos en la casa se concatenaban con las personas que ella abrigaba, parientes de lejos, niños jugando,  traqueteo de cubiertos y risas... justo lo que no tenía planes de oír.  Quería silencio, el silencio infinito de párpados clausurados que uno mismo se proporciona, altruista.  Silencio y oscuridad a veces mentirosa.
Dormitaba a intervalos regulares, como un reloj de arena de sólo unos pocos minutos rápidos y una vez más los ojos abiertos colmando de sal las llagas de ausencia que plagaban su piel tersa.  Una vez más los párpados retraídos y las pupilas clavadas en las imperfecciones de un techo que se le antojaba cada vez más alto.  Fijos sus ojos en las grietas tan profundas como místicas, analogando incontables veces los surcos hasta la boca que iban marcando sus lágrimas, lágrimas nocturnas, secreciones tan dolorosas que sentía como ácido y por esa causa sólo las dejaba salir cuando no era presa de miradas.
De a una, las luces se fueron extinguiendo, como las voces, como los ruidos.  Pero sus tendones seguían contraídos y su mente seguía creando imágenes que se iban derritiendo para gestar impresiones nuevas en ciclos, que podía medir siguiendo el bombeo continuo y agitado de su corazón, que además sentía expandido por todo su cuerpo que latía  al unísono.  En su cabeza algunas canciones se iban mezclando, creando poemas nuevos que no podía recordar, y deseaba satisfacerse con el néctar de Morfeo o con una ruta angosta bajo sus pies.
Sintió que sus sentidos se aguzaban proporcionalmente a las vueltas que su cuerpo daba, sometiéndola en el suplicio de sentir el frío y la grandeza macabra de la cama que se extendía a proporciones exageradas.  Sus extremidades se hacían notar en temblores y las imaginó cianóticas, sentía que su sangre se condensaba en el pecho y la calota, elevando la temperatura de su corazón y del cerebro, órganos que combinados con el insomnio, eran la dinamita exacta para hacer estallar la razón.  Todo a su alrededor crujía imprudente, las maderas, el concreto, las ventanas azotadas por vientos del océano y hasta sus huesos y dientes, haciendo más audible el silencio pesado que ya a estas alturas reinaba.  Tal descubrimiento golpeó sus oídos, provocándole un mareo prolongado.
Tuvo miedo de estar dormida, ese sueño ya  no le gustaba y quería despertar, pero a su alrededor todo era demasiado vívido y desterró la idea de estar sumida en un cóctel ansiolítico. 
Su cuerpo se iba alejando de ella, desprendiendo de esta manera las conexiones de control que tenía sobre él, dejando palpable solamente a sus pensamientos vigorosos.
Con extrema fuerza de voluntad y poniendo en juego hasta el amor propio, pudo por fin llevar su mano hasta la cara, cubriéndola, tratando de conversese de que no estaba ahí formando un escudo de carne contraída, contra esas entidades indeseables.  Y pudo darse cuenta, gracias a esta maniobra, que aún conservaba sus ojos cerrados.  Por entre sus dedos helados, los abrió lentamente, temiendo encontrarse con una luz humillante, pero sólo encontró más oscuridad, cero luminosidad pero ante todo más real, por eso decidió volver a cerrarlos y tratar de brindarle un poco de calor a sus dedos, por lo que los puso sobre su pecho galopante.  Hizo lo mismo con los derechos y se sintió oprimida por sus propias manos, pero la reconfortaba la calida sensación que se desparramaba por sus brazos.
Y así se fue despidiendo del poco control que tenía sobre si misma, y cayó dormida en los ya designios del inconsciente, dejándose llevar por caminos impensados, pensados por nosotros para que los disfrutemos si es que nos permitimos recordar. 
Entonces sus visiones de párpados cerrados comenzaron.  Se vio caminando al amanecer, cubierta por sus sábanas azules, por una senda marcada a fuego en un contexto solitario, ella pensó que en demasía, y se sintió sola.  Pero siguió rumbo, atravesando la nada que se abría en todos los puntos cardinales, siempre descalza, siempre con su capa color mar, siempre con la idea de llegar a ese punto que desconocía. 
Y comenzó a sentir su paso lento, aletargado, hasta casi doloroso y fue el momento en que cayó en la cuenta de que su sangre se iba quedando en el camino, sintió su convicción caer a deseo, para luego terminar en añoranza lejana.  Ya no podía caminar, no le quedaba energía ni fluido vital  y su cuerpo se desplomó a la vera de la ruta, todo olía a su amante, hasta su propia piel y el llanto fue incontenible, mojando absolutamente todas sus telas, colmándola de frío. 
El sufrimiento no decaía, quería mirar el cielo.  Al alzar la vista pudo ver a su espectro parado a su lado, con expresión seria, mirándola directamente a los ojos, reprochándole sin palabras.  Hubo un parpadeo prolongado y después la última mirada, todo se disolvió como un castillo de cartas.  Y volvió a la profundidad de su cama, en la misma posición faraónica en la que se había dormido.  Se movió desestructurando a su cuerpo rígido, y trató de recordar por donde había estado hasta hace unos momentos, pero ni una sola imagen se proyectó en su memoria, se dio cuenta, por sus suspiros, que había estado llorando, lo peor de todo es no recordar el por que. 
Por sus párpados se dejaba entrever una casi insignificante luz que provenía de una llamita que toda las noches quedaba prendida.  La suavidad naranja que veía sin ver, la sedujo y parsimoniosamente fue abriendo los ojos.  Cuando la oscuridad se disipó totalmente y distinguió la silueta de algunos de sus muebles, una figura se entrecortaba entre sus ojos y la pared, se masajeó sutilmente los ojos para aclararlos, no entendía por qué alguien velaba sus sueños. 
El descubrimiento fue pavoroso, ella misma se miraba desde el borde de su cama, los años habían obrado en su fisonomía fantasmal, su cabello era largo, y sus ojos estaban hundidos.  Un olor casi nauseabundo se expandía por toda la habitación y todo encajaba junto con el fueguito, a intervalos azules y naranjas, para fomentar el pánico que sentía como escalofríos en su anatomía.  Cerró los ojos, en posición fetal acomodó su cuerpo y lloró hasta no sentir más frío. 
Había recordado su sueño.

lunes, 8 de agosto de 2011


La oscuridad se va disipando al tiempo que mis pasos me alejan de lo que simulaba un túnel.

Día de invierno.

La claridad gris de viento frío envuelve un claro en un bosque que no existe, solamente rastros de lo que supieron ser árboles, cenizas de cortezas empañan esa atmósfera calma y el cielo del color más raro.

A los pies, el suelo se resquebraja en terrones secos, la vegetación no existe,  al igual que no existen los sonidos, ni aves, ni ramas, ni aviones.

Camino descalza, desnuda ante esa soledad disfrazada de paisaje y esa fotografía monocromática parece eterna, inmutable ante mi andar constante.  

Algo pesado cuelga de mi cuello y me curva hacia delante obligándome a mantener la vista fija en el movimiento de mis pies.

La piel se me antoja azul, quebradiza, áspera, quizá hasta escamada y siento vergüenza de esa desnudez casi sádica a pesar de que sólo me acompaña la sombra.

Sé a ciencia cierta que camino hacia un destino certero, aunque desconozco a dónde me llevan mis pies.
Alzo la vista, conciente de que algo ha cambiado en el paisaje grisáceo y así es.  Admiro mi percepción.  Una escalera angosta se erige ante mis ojos con resaca de suelo, una escalera orientada al cielo sin un punto de apoyo, por lo menos visible.

Mis oídos salen de su letargo al escuchar el silbido de un viento cortado.  El peso en mi pecho ha desaparecido y puedo enderezar la columna; rodeo lentamente el metal buscando su origen, buscándole una explicación a su aparición.  La simetría del paisaje se mantiene  y me aterra el orden absoluto que domina.

Ahogo un grito, todo indica que debo subir, pero los peldaños desaparecen y en su lugar, el frío acero forjado del filo de miles de cuchillos ocupan el lugar que dejaron libre.  Algunos destellos se desprenden oportunos como lágrimas acechantes.  Contengo las ganas de acariciar el acero.

Cierro los ojos y me acurruco apoyando la espalda contra el borde de esa estructura fría.  Pienso que han pasado miles de años desde que la oscuridad plagó mi cabeza.  Vuelvo a abrirlos y las escaleras no han dejado espacios sin colonizar.  El destino es inevitable, debo subir y dejarme lastimar o seguir sentada esperando que los cuchillos se vuelvan peldaños indoloros.

Pienso y repienso como hacer para subir sin romper promesas.  Siento que debo hacerlo, me dispongo a sentir el calor de la sangre recorriendo el azul de mi piel, el ardor asciende incesante, el hormigueo se dispersa.

Despierto sudando, la cama pequeña se torna enorme y el palpitar onírico de las llagas aún se sienten en la piel que la luz, me muestra todavía azul.

miércoles, 6 de julio de 2011

F.C O.I.O

Dolor agudo que atraviesas mi carne haciéndome débil, llévate esta sangre que se congeló en mis venas, evapora estas lágrimas que no lloré y que se acumulan peligrosamente.
Dolor tenaz, arrástrame a las profundidades vacuas de ojos cerrados, de palabras estancadas, de risas mudas.
Dolor, no me dejes morir abajo.

Feliz cumpleaños atrasado padre.

jueves, 31 de marzo de 2011


Tatuado de estrellas negras, mi pensamiento vago, deambula errante en las sombras; deslizar delicado de ideas. 
Sublimidad y perversidad de pensar una muerte ajena pero propia. 
Idear un funeral a la luz de las estrellas y el repiqueteo simbólico de la lluvia, como lágrimas impropias, sobre un montón de libros sin páginas, de lápices sin punta. 

Morir eternamente con la última frase de un verso inconcluso.  Y soñar sonidos de puertas cerradas y ojos abiertos. 
Morir la vida de un ciempiés con largo camino por delante, vivir la muerte de esa hoja negra que se desprende y planea incontables  vueltas antes de rozar el pasto regado de olvido. 

Tatuado de estrellas negras, una voz que no quiere ser escuchada y un pensamiento rojo. 
La misma lluvia, los mismos libros sin comienzo, sin final, el mismísimo sueño que no quiero soñar y del cual no se despertar. 
El agua que surge del piso, la grieta inocua de la vida y su retumbar zigzagueante. 
La partida, impensada y anhelada al mismo tiempo. 

El ruido no ayuda. 
El desorden caótico perfecto y ese pasado imperfecto que se conjuga doliendo el presente. 

No más llanto, no más frío, simplemente una hoguera de verbos y esos libros blancos.

lunes, 14 de marzo de 2011

Queda


¿Qué hacer cuando el presente se tiñe del sucio pasado? 
                       
Cuándo las agujas del reloj se traban y desaparecen,             
Cuándo el humo ya intoxica las paredes y tatúa grises nubes a un cielo humano.

Queda emborracharse de nostalgia,
                 sufrir las dolorosas ausencias,
                 comer papel oxidado de lágrimas negras
                 y             
                 satisfacerse del néctar alcalino que se desborda de los tejidos rotos.

Queda encender velas turquesas y jugar con la frívola llama que dibuja sombras para que la soledad se disipe.

Queda descomponer las antenas y aislarse en una nebulosa de llanto que se atraganta negándose a salir.

Queda masticar recuerdos para regurgitarlos y manchar los alrededores de incongruencias.

Queda tratar de no sentir este sentimiento.

lunes, 7 de marzo de 2011

Lluvia

La lluvia cae  y golpea los retazos de espejos rotos que cortan mi imagen.  Mi anatomía desdibujada se funde en el vapor obsceno de las nubes y puedo crear miles de seres que no soy yo. 

Y comienzo a conjugar espejismos fugaces, y transformo el reflejo en una ilusión aleatoria que sonríe mostrando los dientes y frota sus manos en actitud agresiva y desafiante.

La lluvia cae y rebota en mis esperanzas y se tiñe y se desconfigura.  Es una melodía agobiante y monótona.  Sólo el viento puede desarmarla y así choca contra la pared que miro sin ver. 

Y busco escribir tu nombre con agua, pero el declive de tu ausencia borras mis intentos vanos.

Y la lluvia se me antoja caprichosa y tal vez morbosa. 

¿Qué diferencia existe entre una gota y miles?
¿Qué clase de melancolía barata encierra cada lágrima transparente que al hacerse trisas contra el pavimento gime indecorosamente?

Si por un minuto pudiéramos lograr que el agua no tocara el piso,

¿Diríamos que ha llovido?

Porque para saber si llueve miramos hacia abajo y no hacia arriba.  Consideramos que ha llovido cuando vemos el parque mojado o cuando escuchamos nuestros pasos rápidos sobre una vereda mojada.

Entonces se a ciencia cierta que mientras no pueda sentir tu llanto golpeando sobre mi cuerpo, no estas conmigo.

sábado, 12 de febrero de 2011

Dulce apología.


La seda sale de su pequeño recinto silencioso, deslizándose sutilmente entre los dedos, con la fragilidad del ala de una mariposa que emprende por primera vez su viaje hacia un destino incierto.

Blanca, sensual, tentadoramente sensible al tacto…la miro.

Trato de no herir su pura virginidad con grafito suave y escribo sobre su cuerpo los pensamientos que nadie debe saber, el caos personal, la lucha constante de mi ello y el súper yo de mi sombra.  Dibujo sobre ella las palabras más tristes y su color de nube se va tornando grisáceo, como si captara el color de mis pensamientos insomnes.  He profanado su color magistral y busco para ella el destino mejor, algo que la elevará, que la volverá sublime.  Y nada más purificador que la llama roja que la haga resurgir de entre su propia ceniza.

Vuelvo pequeña un trozo de naturaleza que aromatiza mi espacio, que va descansando sobre ese trozo de papel pervertido por mis manos.  Y las letras se van amoldando a la silueta de ese pedacito de mundo que se extiende parejo, como respetando leyes universales desconocidas.

Sello con mi boca la combinación exacta, en un beso casi eterno que amalgama sentires y deseos de no sentir.  Una anatomía perfecta, una fortaleza, descansa inerte sobre la palma de mi mano que simula un altar pagano.
La luna en lo alto brilla claramente, creando sombras que danzan al ritmo de un viento calmo que suaviza la escena.  Mil aromas se entremezclan voluptuosos, ansiosos por estar presentes en el ritual mágico que se desprende de mi atmósfera.

La chispa antecede a la llama que le da una coloración diferente a la noche.  Vuelvo a besar mi creación y las palabras que teñían el papel se  dispersan por el interior de mi cuerpo, se esparcen de Norte a Sur, de Oeste a Este.  Mi boca es la puerta de entrada para las letras que hace instantes salieron.  Por un momento la carne sucumbe, tiembla ante el poderío que es la propia Madre y comienza así la simbiosis instantánea, como si de repente el cuerpo se desvaneciera en susurros, en voces ajenas y el rito solitario de la auto-exploración mental se da por iniciado.

Todo renace para volver a disolverse en un espacio sin limitaciones y las expresiones se crean rápidamente para morir nuevamente en la seda que se quema y el ciclo continúa con cada inspiración-espiración.  Hasta que una imagen se tatúa, perdura un tiempo inconmensurable y sólo basta con dejar que las manos dibujen lo que el alma grita.

El silencio llega de repelente para lastimar los oídos.  Los ojos pesados se cierran y las palabras calcinadas ya circulan para depositarse en el  fondo de la nada, para volver al estado tortuoso de cruel realidad que me sume en un sueño liviano plagado de recuerdos y dolores.

martes, 1 de febrero de 2011

El después aterroriza


Miles de minutos mirando la hoja en blanco, inmovilizada por una fuerza incongruentemente poderosa, paralizados los dedos, conjunto de carne y nada inerte.
Ni un movimiento perceptible, o no.  La pluma apoyada metódicamente sobre el dedo medio y apenas sujetado en una pseudopinza construida con el pulgar y el índice.  Pero inmóvil, casi al acecho.
Segundo eterno antes de la voz de “Apunten, Fuego”, es el silbante sonido del hacha, que en manos del verdugo se descarga sobre una nuca desnuda.  Es mirar desde lo alto, caída inminente y recordar que evolucionamos sin alas ni hueso livianos.

El después aterroriza.


La mano en movimiento y el papel se llena convulso, insaciable, absorbiendo de a poco los dedos que van desapareciendo entre palabras, paréntesis, entre superficies que se extinguen, que se abrazan hasta devorarse y así el resto del cuerpo, luego la muñeca que lucha, quiere zafarse, pero el papel la llama y así logra succionar el antebrazo que es fuerte, pero no tanto y no opone mayor resistencia.  Brazo, hombro y omóplato son tragados casi por inercia, casi convencidos de lo inevitable.
Casi diría que no creo, pero creo y en eso se cuela entre el cuadriculado mi cabeza, sin respetar mis razones.  Perder entre el papel el miembro superior derecho no es tan drástico, pero tragar mi cabeza es suficientemente complejo para no prestar atención.  El vortex de papel succiona sin piedad alguna y después sólo quedan los pies; siempre me dijeron que los pies funcionan mejor en la tierra, pero parecen hacer oídos sordos a los principios básicos de la física y todo esto que era, ahora ya no es más.
Entiendo que se pensará en la poca seriedad del escrito, se pondrá en tela de juicio mi palabra y hasta es probable que la burocracia queme los papeles.
Que será de mi dentro del papel; por lo menos, se siente casi igual, salvo los poderes.  ¿Poderes dije? Nada especial, solo que de este lado se puede volar, crear y hasta morir cuando se mueve la mano.