lunes, 27 de diciembre de 2010

Tus ojos/hojas.


Un libro pequeño del color hechizante de la noche.

Hoy te tengo en un libro y son sus páginas tus brazos y son sus palabras tu voz.

Hoy me aferro a tu estructura impresa en Buenos Aires.

Hoy te quiero sólo para mí, como todos los días, y recorro tu cuerpo-hoja con mis dedos manchados de recuerdos, con mis ojos húmedos de tu risa.

Me pierdo en un ir y venir de metáforas prestadas mientras mi atmósfera se envicia de humo y perfume.

Hoy te tengo en un libro, ese que leíamos de noche entre caricias mágicas, ese mismo que una noche se volatilizo en mil palabras azules, te tengo sobre el pecho desde donde te miro, y mis manos te rozan delicadamente.

Entonces la cubierta se vuelve piel y las palabras cobran vida trayendo tu voz a mis oídos.

Y así me duermo, mientras las hojas mutan haciéndote palpable a mis sentidos que se van despidiendo de la realidad y dejás de ser libro inerte para acurrucarte en la amalgama que forman mis brazos con las sábanas, sábanas cansadas de sostener mi cuerpo frió y solitario.  Entonces nos fundimos en un solo suspiro ahogado de kilómetros, deseando no despertar del sueño que soñamos por separado, tal vez que sueño que soñás.

Despierto sin querer abrir los ojos y la cama vacía y enmarañada me vuelve de un tirón a la realidad cruda de tu ausencia.  Busco a tientas ese maldito libro aún cálido por mi abrazo prolongado, lo abro en la página de siempre, en el poema de siempre, el que leíste para mí con tu voz más dulce mientras, hipnotizada, recorría cien veces y una más tu rostro con mis ojos.

Y así comienzo el día, escuchándote susurrar desde las páginas blancas de ese, mi eterno compañero de  cama.

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