sábado, 12 de febrero de 2011

Dulce apología.


La seda sale de su pequeño recinto silencioso, deslizándose sutilmente entre los dedos, con la fragilidad del ala de una mariposa que emprende por primera vez su viaje hacia un destino incierto.

Blanca, sensual, tentadoramente sensible al tacto…la miro.

Trato de no herir su pura virginidad con grafito suave y escribo sobre su cuerpo los pensamientos que nadie debe saber, el caos personal, la lucha constante de mi ello y el súper yo de mi sombra.  Dibujo sobre ella las palabras más tristes y su color de nube se va tornando grisáceo, como si captara el color de mis pensamientos insomnes.  He profanado su color magistral y busco para ella el destino mejor, algo que la elevará, que la volverá sublime.  Y nada más purificador que la llama roja que la haga resurgir de entre su propia ceniza.

Vuelvo pequeña un trozo de naturaleza que aromatiza mi espacio, que va descansando sobre ese trozo de papel pervertido por mis manos.  Y las letras se van amoldando a la silueta de ese pedacito de mundo que se extiende parejo, como respetando leyes universales desconocidas.

Sello con mi boca la combinación exacta, en un beso casi eterno que amalgama sentires y deseos de no sentir.  Una anatomía perfecta, una fortaleza, descansa inerte sobre la palma de mi mano que simula un altar pagano.
La luna en lo alto brilla claramente, creando sombras que danzan al ritmo de un viento calmo que suaviza la escena.  Mil aromas se entremezclan voluptuosos, ansiosos por estar presentes en el ritual mágico que se desprende de mi atmósfera.

La chispa antecede a la llama que le da una coloración diferente a la noche.  Vuelvo a besar mi creación y las palabras que teñían el papel se  dispersan por el interior de mi cuerpo, se esparcen de Norte a Sur, de Oeste a Este.  Mi boca es la puerta de entrada para las letras que hace instantes salieron.  Por un momento la carne sucumbe, tiembla ante el poderío que es la propia Madre y comienza así la simbiosis instantánea, como si de repente el cuerpo se desvaneciera en susurros, en voces ajenas y el rito solitario de la auto-exploración mental se da por iniciado.

Todo renace para volver a disolverse en un espacio sin limitaciones y las expresiones se crean rápidamente para morir nuevamente en la seda que se quema y el ciclo continúa con cada inspiración-espiración.  Hasta que una imagen se tatúa, perdura un tiempo inconmensurable y sólo basta con dejar que las manos dibujen lo que el alma grita.

El silencio llega de repelente para lastimar los oídos.  Los ojos pesados se cierran y las palabras calcinadas ya circulan para depositarse en el  fondo de la nada, para volver al estado tortuoso de cruel realidad que me sume en un sueño liviano plagado de recuerdos y dolores.

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