lunes, 4 de enero de 2016



Hay vinos sabios y vinos jóvenes.
Hay vinos de autor, vinos de mesa y vinos de misa.
Hay vinos blancos, espumosos, rosados y tintos.
Hay vinos para pensar y los hay para sentir, para soñar y hasta para olvidar.
Hay vinos de altura y vinos chatos.
Hay vinos florales, frutales y hasta minerales.
Hay vinos en botella, en caja y hasta vinos en polvo.
Hay vinos dulces y vinos secos.
Hay vinos para compartir y vinos para guardar.
Hay vinos que no se compran y vinos que no se venden.
Hay vinos sedosos y los hay terrosos.
Hay vinos del Oeste y del Sur, del Norte y del Este.
Hay vinos pensados, prensados y hasta pisados a pata.
Hay vinos salvajes y hay vinos romance.
Hay vinos maduros y los hay plenos.
Hay vinos estrella y vinos que se asemejan al cielo.
Hay vinos con madera y los hay con espíritu.
Hay vinos bonitos, vinos baratos, vinos que explotan y vinos que se diluyen.
Hay vinos con cuerpo y otros con alas.
Hay vinos excelentes y los hay excedentes.
Hay vinos orgánicos, organizados y organolépticamente delicados.
Hay vinos para tomar en cristal, rodeados de silencio y vinos donde no importa en qué sino con quién.
Hay vinos comunes, vinos finos, y ningún vino igual a otro.
Hay vinos de vendimias soñadas y vinos de vendimias que quitan el sueño.
Hay vinos con historia y ninguno con histeria.
Hay vinos de postre y vinos para la postre.

Pero lo único que verdaderamente importa es que haya vino.


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