sábado, 19 de diciembre de 2015

Te vi, no juntabas margaritas de ningún mantel, pero tu cuello se dejaba seducir por una luz tenue y cálida que se desprendía del techo, impactando justo en esa curva sensual, con un destello. Erguida, impasible, como si nada pudiera siquiera afectarte. Me acerqué, con sigilo pero sin lentitud a observarte más de cerca, lo que a la distancia respiraba majestuosidad, a pocos centímetros se asemejaba a la gloria.

Te vi, nuevamente, más de cerca. Pude saber tu nombre, tu nombre sabe a vida, a tierra húmeda, a cielos azules. Estás vestida para la ocasión, aunque esa ocasión puede ser cada instante mágico de la vida. Pude leerte, escudriñarte, pude imaginarte conmigo en la cena. Pude vernos a la luz de la luna, hasta te imaginé acompañándome en esas interminables tardes con amigos.

Sos misterio, y eso te hace mucho más atractiva. Y puedo decirte, a ciencia cierta, que no sos igual a ninguna otra, sé que puedo descubrir con vos al lado los aromas del paraíso, los sabores del pasado y las visiones del futuro. Sé que puedo beberte hasta la última gota sin sentir ni la más remota culpa, porque, y como debe ser, lo más importante es lo de adentro.

Por eso, y sin más preámbulos, me compro esta llamativa, fascinante y seductora botella de vino.

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