jueves, 21 de octubre de 2010

Sin título.

Absurdo es mi deseo inconsciente
de dolor
de lágrimas
de ausencias

Las letras caen a cuenta gotas desde el profundo acantilado de emociones que desagotan mis ojos secos y hundidos, como ese barco herrumbrado de olvido, donde una vez más tuve miedo, miedo de caer en las profundidades del rechazo, en la incontenible culpa de sentirme feliz. 

Quizá sueño con la mirada perdida y fotografío indecente, las risas y los paisajes mojados.

El deseo de correr.  
El anhelo de bajarme de esta nube que me arrastra una vez más al paradójico desencanto de la soledad acompañada. 
El sueño de dejarme llevar por el viento, por ese río, por esas risas que se vuelven recuerdo obtuso y lejano.

Aún recorro calles empinadas, todavía respiro la humedad ajena a mi cuerpo hecho a las medidas prohibidas de la dicha, y es mi piel aceitada por donde resbalan las felicidades propias, donde se tatúan las impropias.


El peso,
el leve peso lastimero de dejar el alma y volverme un ente
extraño,
sutil,
amorfo,
de pasos sin eco,
de deslumbrante y triste tristeza.

Cómo dejar de pensar si es lo que me mantiene en pie.  Cómo dejar de soñar, si es lo que condimenta este silencio malvado que lacera la ausencia. 
Cómo decir, si las palabras están muertas en esta boca que ya no me pertenece, en estos labios que ya se olvidaron de la textura excelsa de la risa, que no recuerdan el placer de un susurro en la oscuridad mentirosa, en esta carne que se perdió en el reproche hermoso, en el “no me dejes”, en el “no” pronunciado, en la partida, en la muerte que no quiero vivir si no tengo tus manos para que contengan mi caída.

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